29. LA LINTERNA. RESERVA 257



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Eloy Rodius permanece sentado en el suelo, apoyado en la puerta de su entrada. Está recostado sobre sus piernas flexionadas, pensativo. No se acaba de creer que el escuadrón lo haya dejado allí.

La UMS ha llegado a su casa antes de lo que esperaba. Ha pasado ese primer trámite indemne. Los policías busca a su madre, como era de esperar, y él es el único en Port Kolumbus que conoce su paradero. Tiene que actuar rápido, solo dispone del tiempo que tarden en escudriñar lo que quede de información en los PetaBlocks. Necesita avisarla. Aún restan dos noches para el deseado embarque y cualquier cosa puede acontecer, incluso salir antes de lo previsto.

GreenMeadow es la base de los liberados, situada en la campiña de Manakor. Eloy solo espera que en GreenMeadow se percaten, a tiempo, de la llegada de la UMS. Si los de GreenMeadow son capturados, él será el culpable. Eloy se ha visto obligado a delatarlos. No hubiera servido de nada intentar engañar a los soldados. No desea el fin de los liberados y ni poner en peligro a su madre. En GreenMeadow está el doctor Michel Brintzho. Sus operaciones han sido imprescindibles para poder desligar a ciudadanos del Sistema. Es un neurocirujano muy hábil. Confía en su buen hacer y también en la campiña de Manakor.

La seguridad de su madre es primordial. Son muchos años esperando ese día. Todos los que han preparado la fuga conocen que ese momento llegará. El instante en que el Sistema descubrirá que un ciudadano ha escapado de su control. 

Rebeca Rodius ha sido una de las almas de ese gran proyecto de fuga. Como sería la primera de los liberados a la que le llegaría su Ida del Humo, debía ser la primera en salirse oficialmente del dominio del Sistema. Podía haber sido diferente, pero encontrar al cirujano Michel Britnzho y su ayudante Peter Enhdrys no fue fácil. El tiempo siempre les iba en contra. A Rebeca Rodius le llegó su hora máxima, con la cadencia del plan bien definitivo, pero demasiado ajustado en tiempo y sin margen de cambios ni improvisaciones. Tampoco nadie quería sacrificar a Rebeca Rodius, la madre de esa idea. No era justo rechazar a la creadora intelectual de esa gran esperanza, posponerlo todo hubiera sido lo más fácil para ganar semanas. Pero la fecha del embarque hacía la libertad estaba condicionada al fin de la cuenta atrás de Rebeca. Cuarenta y seis horas después de la llegada a cero de su reloj vital se produciría el evento tan deseado. Será la próxima madrugada del 11 de Noviembre, a las seis, con los inicios de cuarto creciente. Un día corto que ofrecerá resguardo. Una pequeña cala escondida al sur de Majorka proporcionará la protección necesaria. Una fuga controlada y sin sobresaltos. El Catamarán Mercury Dagger fondeará en Bucht Boote, antigua Cala del Buey, y tendrá quince minutos para recoger los liberados que hayan podido arribar al punto de liberación. Ese velero tiene capacidad para veinte personas. Luego todos zarparán rumbo a la Reserva 61, al norte de lo que era antigua África.

Eloy se levanta. Todavía lleva el pantalón mojado con el agua que vertió sobre la mesa con los PetaBlocks. No tiene tiempo para cambiarse. Se dirige a la terraza, empieza a buscar su potente linterna. El balcón solo se ilumina con la luz que sale por la cristalera. No la ve. Corre a buscar otra linterna, más pequeña y menos potente, a la cocina. Vuelve a la terraza. Es inútil.

—La deben haber cogido ellos —Desesperado.

Sin el potente foco no puede comunicarse con su madre. Necesitaba otra igual. La pequeña que sostiene no le sirve. A esa hora los establecimientos están cerrados. Cada cuatro horas su madre averiguará si hay señales. Es lo pactado, a media noche, de madrugada, por la mañana, al mediodía, por la tarde y empezada la noche. Son los únicos momentos en los que se podrán comunicar. Son las 00:23. La visita de la UMS ha impedido la transmisión de media noche.

Se sienta en el sofá, no sabe qué hacer. Mira hacia la ventana. La negrura tiñe el momento. El faro implacable continua con sus intermitencias, impertérritas e intensas, que se repiten con una cadencia inamovible, casi obsesiva, igual que su pensamiento que tropieza, una y otra vez, sin una solución. Recostado sobre los cojines del sofá, mira perdido al infinito. Unas ráfagas de viento balancean la jaula de mimbre del balcón, cada vez de manera más intensa. El traqueteo interrumpe su pensamiento. Eloy gira su rostro. La pajarera de mimbre baila vacía chocando con la pared. Ensimismado, se le hace presente Flippo. Piensa en el montón de restos de plumón y huesecillos en la entrada de la casa de Iria.

     —Ya está —grita de improviso.

Esa casa será su salvación. Piensa que Iria seguro tendrá alguna linterna. La suerte la metió en el plan y ahora no puede prescindir de ella. Tiene poco más de tres horas para poder volver a comunicarse con su madre. Se levanta, coge el anorak. Mientras se coloca una bufanda, a punto de salir y se percata que lleva puesta su gorra. «Casi me olvido», piensa. Se dirige a la cocina corriendo. Abre un módulo y busca un estilete largo a modo de gancho doble. En el comedor se coloca justo debajo del ventilador de techo. Engancha una de las puntas de la ganzúa a una aspas. En la otra punta del garfio cuelga su gorra a rayas que ha llevado puesta toda la tarde.

—¡Jack luz! —grita.

Las aspas empiezan a girar. El microfilamento de Eloy está clavado en la zona frontal alta del gorro rayado. Es un liberado. Si deciden espiarlo detectaran que sigue en su casa, aunque sea dando vueltas en el comedor. 

Llena su mochila con las cargas de pintura y coge su bicicleta. Sale de casa. 

Atraviesa el jardín para ir a la calle. Estaba todo muy oscuro, ningún vehículo acecha. Empieza a pedalear rumbo a casa de Iria. Tendrá que atravesar media ciudad de Port Kolumbus, a oscuras. «Tengo tiempo de pensar que le diré a Iria».

En la cueva Rebeca se despierta sobresaltada. Se ha quedado dormida. Mira la hora en la linterna. Pasan cincuenta minutos de la media noche.

—¡Ostras!

No podrá volver a hablar con su hijo hasta las cuatro. Revisa el reloj. Se olvidó de accionar el despertador. Está rabiosa y preocupada por haberse quedado dormida. 

—Esta maldita soledad —susurra mirando las paredes húmedas y oscuras.

Le quedaban algo más de tres horas para la próxima oportunidad. Esperará junto al fuego, nada más puede hacer.

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