30. LA ALARMA. RESERVA 257

 

Espero me sigáis leyendo. Estoy aquí cautivo. Me resulta complicado poder enviaros mis descargas. Por ahora he conseguido esquivar los filtros. Seguimos…

 

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Una gran oscuridad desdibujaba GreenMeadow. El perfil de las casas se confundía con el bosque. La luna nueva dominaba esa hora. 

El silencio de la campiña frágil, pero palpable, se quebró de repente. El viejo perro labrador Negro rompió la noche con sus ladridos. Fuerte y grave se le oía en la tenebrosidad. Unas tórtolas agitaron despavoridas sus plumas entre las ramas de los pinos. Un búho, sigiloso, batió al aire su sigilo y se alejó del hosco lugar. Un chispeo parecía que prendía dentro del bosque, las ramas de los pinos empezaron a brillar cada vez con más intensidad. Los rayos de unos focos se iban conformando diáfanos, aumentaban en número y tamaño, hasta que aparecieron potentes por el camino de acceso. Era un vehículo de un escuadrón de la UMS, se estaba adentrando en el caserón de GreenMeadow.

Sobre la cama de Michel Brintzho parpadeaba una luz giratoria en rojo intenso, pero la alarma extrañamente no sonaba. Su gato abrió los ojos, levantó la cabeza, miró hacía la ventana, dio un gran salto y posó sus patas sobre el alfeizar. Acechaba la entrada mientras contemplaba al exterior entre las rendijas de la ventana. Michel Brintzho dormía ajeno a lo que estaba sucediendo. Sus ronquidos se sumaban a los haces de los faros que entraban en la casa a través de las persianas de madera. El gato empezó a maullar al patio de la entrada. Michel Brintzho dejó de roncar. El felino seguía con sus mayidos.

—¡Griiiis! Gris, calla —le regañó todavía medio dormido.

Gris seguía con su canto. Michel Brintzho entreabrió sus párpados, empezó a vislumbrar el festival de luces que inundaban su estancia. Tardó unos segundos en reaccionar.

—¡Ostras! —Saltó de su cama como si le persiguiera el diablo —¿Y la sirena? —Echo un vistazo a la lámpara de seguridad, no había sonado.

Se dirigió a la ventana en la que estaba Gris. Miró por las rendijas de madera, en el patio de la casa había un vehículo de la UMS. Parecía que acababa de llegar. Salió corriendo de la alcoba. Se olvidó su peluca sobre la mesilla de noche. Enfiló el pasillo chillando el nombre de su amiga.

—¡Maika!, ¡Maika!

Se agarró, al vuelo, a una pilastra del asidero de madera de la escalera. De tres en tres fue bajando los escalones. En el rellano le esperaba Maika con una linterna.

—Los liberados ya están bajando al túnel, los está acompañando Catalina —le informó.

—Espero que cierren bien el armario —contesto Michel Brintzho.

—Joana y Héctor están en la sala de Convalecencia —le recordó Maika con su característica voz afónica.

Maika empezó a toser otra vez. Llevaba un dispositivo inhalador en su mano, de tanto en tanto iban inspirando a través de ese artilugio. La situación de estrés acrecentaba su problema pulmonar.

—Ya lo sé —contestó Michel Brintzho— ¡apaga las luces! —remató, sin mirarla, alejándose rápido— ¡No abras la entrada! —gritó— ¡Dame tiempo!

Michel Brintzho corriendo se adentró en el salón. Las estanterías vetustas de roble, que bordeaban la enorme chimenea de piedra, se estaban cerrando como si fuera una gran compuerta. Cruzó la estancia enorme. 

Una gran sala con una mesa gigante de madera de finales del siglo veinte en el centro, decorada con un gran jarrón de cristal encima de un mantel viejo y bordado de forma arcaica. La mesa estaba bordeada por ocho sillas de madera con grabados de motivos florales. Las paredes estaban recubiertas con pinturas centenarias de bustos de señores de diferentes épocas. La habitación olía a polvo viejo y a ácaros húmedos. La techumbre era de vigas de madera teñidas en un color cobrizo añejo, casi pardo. Una enorme lámpara de araña, en acero y cristal, colgaba extemporánea y ajena a todo. Con la aparición de Michel Brintzho se encendió, el detector de movimiento la había activado de forma automática.

Michel Brintzho seguía con su carrera. Dejó el lugar para penetrar en un pasillo, donde se paró a medio camino ante una estantería de madera. Levantó uno de los libros y luego empujó el mueble que hacía de puerta. Se abrió un paso secreto y entró.

La luz del comedor se apagó. Lo hizo al poco rato que abandonara la sala. Ya no se detectaban más movimientos. 

El pasadizo oscuro tenía escaleras. Una vez en su interior tuvo que esperar unos segundos, los que tardó la robótica en detectar su presencia. Necesitaba ver cada uno de los escalones y sólo vislumbraba un denso negro.

—¡Maldita luz! 

No podía perder ni medio segundo, los detectores de movimiento se le antojaban demasiado lentos. Con varios saltos bajó al sótano. Penetró a una pequeña entrada cuadrada, accionó otra puerta a través de un lector digital. Se abrió una enorme hoja de metal rectangular y pudo pasar a la sala laboratorio.

La Nave del escuadrón de la UMS paró en la explanada, en medio de las cuatro casas que conformaban la estructura de GreenMeadow. Iluminaban la que era más grande y central. Se abrieron las puertas del vehículo ovalado, salieron el comandante Flinker y los tres componentes del escuadrón. Todos iban armados. No parecía que hubiera ninguna luz encendida en el edificio principal. Flinker accionó con su dedo índice derecho un punto de su casco.

—¡Somos un escuadrón de la UMS, están rodeados! ¡Abran la puerta y no ofrezcan resistencia! —gritó.

Como si se escuchara un gran altavoz las palabras de Flinker sonaron diáfanas en medio de la noche. Había accionado el dispositivo de megafonía de su casco. Nadie respondió, nadie le hizo caso. El perro labrador Negro se puso delante de la puerta y valeroso ladraba a los intrusos. Dos ventanales de la planta baja se iluminaron durante unos segundos, luego se apagaron.

—¿General Hawkgray? —contactaba con la Sede Central.

—Diga, comandante —respondió la voz del general.

—No parece que nadie se digne a contestar. Hay cuatro edificios. ¿Nos puede certificar en cuales puede que haya humanos? —explicó Flinker.

—Comandante Flinker —dijo el general—. Hay trece humanos en el edificio central, frente al que están situados. Unos once están hacinados en una zona indeterminada, bajo la casa principal, que no sale en los planos oficiales. Creemos que debe ser un bunker secreto. Otro humano está cerca de la entrada y hay uno más que está en una habitación de la planta superior.

—Sólo somos un escuadrón —matizó Flinker.

—Le enviaremos más refuerzos en unos minutos —dijo el general—. Esperen, protéjanse y haga un estudio del lugar.

—De acuerdo, general Hawkgray.

Negro no había parado de ladrar desde el inicio de la incursión. Proteger sus amos era su deber. Los chivatos luminosos de Flinker empezaron a parpadear, se comunicó con un soldado. Enseguida el agente asió su arma, apuntó hacia el animal. Una descarga láser y Negro dejó de importunarlos.

Otro agente sacó un maletín del vehículo, lo abrió. Un mando y tres aparatos metálicos esféricos a modo de raros autogiros de unos quince centímetros yacían colocados en su interior. Eran dones libélula. Los sacó. Los colocó fuera de la valija, accionó el dispositivo control y los tres artilugios voladores empezaron a flotar. Una pantalla en forma de holograma emergió del maletín. Los drones empezaron a surcar por el aire y fueron a rodear el edificio central. En la nueva pantalla se empezó a dibujar una imagen tridimensional del vehículo de la UMS, el perfil de cada uno de los soldados y se comenzaba a delimitar gráficamente el edificio objeto. Por ecos de radar, las tres libélulas iban trazando un mapa en relieve del escenario de GreenMeadow.

La casa central era un edificio centenario con grandes ventanales. Todas sus puertas estaban cerradas. Pronto uno de los dispositivos detectó un orificio en una de las chimeneas.

—Comandante, una libélula va a entrar al edificio —informó uno de los policías.

—Perfecto, conecte la imagen transmitida con la Sede Central.

El cañón de la chimenea se empezó a delinear en la pantalla. El dispositivo volador bajaba por el hueco. Un gran salón que se fue desplegando en el plano. Poco a poco, se delineaban los detalles estáticos de la sala. En la enorme habitación se podía observar una gran lámpara colgaba del techo. Lentamente, el perfil de cada rincón de GreenMeadow se iba configurando en tres dimensiones.

 

 

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