4-REMEMBRANCE. RESERVA 257
En la sala de espera del Hospital Maternal del Sur la emisión televisiva se interrumpe. Por la pantalla gigante incrustada en la pared suena el himno del Sistema de la Reserva 257. Aparecen los fotogramas de un amanecer en medio del mar. Cuando la luz del sol abarca gran parte de la pantalla irrumpe la palabra REMEMBRANCE en letras tridimensionales.
—Hoy hace centurias que el profesor Peter Enhdrys cambió la Historia —dice una voz femenina, en off.
Empieza un cortometraje de cine mudo, a color. Son las imágenes del joven doctor Peter Enhdrys en su laboratorio. Un fondo musical de cine de finales del siglo XX, Hans Zimmer resuena. El doctor Peter Enhdrys viste un uniforme blanco con un gorro de quirófano estampado en colores. Se ata la mascarilla quirúrgica a la nuca cuando se produce un cambio de plano. En la siguiente toma se le ve sentado ante un microscopio, mientras coge una jeringa con una aguja muy larga. La clava en la piel rasurada de una cabeza de alguien que está sentado justo delante suyo. El pinchazo es profundo, en el hueso del cráneo. Le cuesta avanzar.
Un nuevo cambio de registro cinematográfico y las imágenes se trasforman en un holograma, justo por delante de la pantalla, en medio de la sala. Es el gigantesco torso de un hombre mayor con la cabeza sujeta a un arco metálico. Está desnudo, con el perímetro craneal y los brazos llenos de electrodos y cables. Todos los hilos se conectan a un ordenador. El anciano cobaya está sentado en un sillón metálico. Tiene los antebrazos inmovilizados y los dedos sujetos cada uno a una argolla. El rostro del nonagenario con los ojos totalmente abiertos es un rictus de pavor. La imagen apenas dura unas décimas de segundo. Los siguientes fotogramas holográficos son del émbolo de la jeringa gigante vaciándose. La imagen se funde en negro y desaparece.
En la pantalla de la sala, otra vez, surge el doctor Peter Enhdrys, más maduro. Viste un mono blanco que le cubre totalmente y con una visera transparente que le tapa la cara. Enfundado en unos guantes estériles sujeta un aparato en forma de cilindro de cono invertido. El artilugio tiene una aguja en el extremo. La punta metálica va bajando hasta que se introduce en piel humana. En el lateral del cilindro hay panel con un teclado numérico lateral. El científico teclea una cifra indescifrable y en la pantallita se ven los dígitos de un reloj. Marcan las horas, minutos y segundos de dos días. El profesor Peter Enhdrys aprieta un botón azul. En otro plano, en el dorso de la mano de un anciano se empieza a dibujar un entramado de minúsculas venas. Trazan los mismos dígitos que se ven en el cono. Peter Enhdrys toca otro botón, verde. Una cuenta atrás empieza a rodar, a la vez, en el reloj del aparato y en la mano de la víctima.
Se funde la pantalla en negro. Reaparece el programa de entretenimiento. Es un concurso que hace furor en todas las pantallas de los dispositivos eléctricos personales de la Reserva 257.
Kenneth y tres jóvenes más esperan noticias del paritorio. La sala de espera tiene las paredes blancas, lisas, libres de ornamentos. El mobiliario escasea. Las sillas de color azul están clavadas en el suelo mirando hacia la pantalla.
Kenneth está sentado, cabizbajo. «Por mi culpa Alda está pariendo sola». Kenneth no tiene los trescientos Seits que vale el impuesto del parto. Su hija Alda le ha prohibido ceder 2.592.000,00 segundos de su cuenta. Vender tiempo vital es la alternativa de los pobres en los casos extremos. El canje de segundos por la moneda del Sistema: el Seit. Ese precio son los segundos de un mes. Un tiempo de vida que se perderá para siempre y de manera irremediable. El Sistema siempre lo resta adelantando el día de la fecha de caducidad, la hora de la Ida del Humo.
Kenneth sigue ensimismado, ajeno al concurso cibernético televisivo. Los otros tres están distraídos con la pantalla. De repente, desde una esquina del televisor aparece una mujer. Es una Nelly. Una de las populares ciberandroides que se ven en todos los centros sanitarios controlados por el SRS, Sistema de la Red de Salud. Nelly es virtual, una imagen marca. Un personaje cibernético femenino indistinguible de un humano. Tiene el pelo rubio, acompaña su sonrisa de labios carnosos con su perenne timbre de voz dulce.
Hay una Nelly para cada una de las siete áreas de poder del Sistema de la Reserva 257. Un ciberandroide tipo, voz e imagen, para cada de los poderes en que se divide el Sistema. El cinco es el número del área de Salud.
Nelly Cinco, como si fuera una personaje más del programa de entretenimiento, se va acercando. Va vestida con un mono blanco. Una raya azul bordea las mangas, el perfil lateral del cuerpo y en toda la longitud de las piernas. El anagrama con las letras SRS remarca el centro del traje, a la altura del abdomen superior. Sobre el pecho izquierdo destaca el logotipo del Hospital Maternal del Sur, en el contra lateral se ve su número personal de identificación: Nelly SRS-00005. El primer plano de su cara llena toda la pantalla.
—Hola Kenneth —dice muy contenta.
Al oírla levanta la mirada. Todos escuchan atentos.
—Tengo noticias para ti —lo señala.
—¿Sí? —pregunta Kenneth emocionado— ¿Ha nacido?
—Kenneth, Alda ha tenido una niña preciosa.
Los ojos verdes de Kenneth se inundan. Ansía poder ver a Amia. Es el nombre que eligió Alda para su vástaga. Con las políticas de hijo único para el control de la población de la Reserva 257 le costó elegir cómo llamarla. No es un nombre habitual. La ciudadana Amia Lostmeadow acaba de nacer.
Los hombres de la sala de espera le felicitan, discretamente. Al fin y al cabo, compartir vivencias humanas une a la gente, más si las nuevas son gratas.
—¿Cuándo podré verla?
—Enseguida que se pueda, Kenneth —contesta Nelly muy educada—. Te llamaré por megafonía.
Kenneth asiente con cabezaditas.
—¡Felicidades Kenneth!
Nelly se da media vuelta y sale de pantalla volviendo por dónde ha entrado.
Esa mañana en la Reserva 257 amaneció nublado. Es un día a finales de otoño. En la sala de partos una joven veinteañera ha parido.
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