10. CÓDIGO ROJO. RESERVA 257
Ojalá esta percepción de cambio fuera la de qué estoy en mis últimos días en esta reserva. Puedo decirlo, mejor dicho, no me importa hacerlo. Es la reserva 11. ¡Sí, reserva 11, ya me podéis localizar ciberoteadores! Me he quedado solo y ya no me importa que me detecten. Cuando salga de aquí, de esta maldita jaula lo explicaré. Me siento como un náufrago enviando mensajes en botellas como se hacía en la historia de la antigua era.
No puedo extenderme más. Descargo otra entrega del relato de la Reserva 257.
Hasta pronto, espero…
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Iria no deja de observar los visitantes. Con los ojos húmedos ojea sus ropajes. Todavía lleva la bata sobre un camisón y calza sus zapatillas viejas. Se toca el cabello. «Estoy sin peinar». Su gesto está roto. Ella nunca hubiera deparado una Ida del Humo tan desaliñada y absurda. Tenía preparado un vestido blanco de seda, su pamela de lino y paja cana, los zapatos planos de raso a juego. No se había despedido de nadie. No tenía ningún familiar, pero le hubiera gustado celebrarlo con sus vecinas. Se nota débil, le flojean las piernas. Se tiene que apoyar en la pared.
El escuadrón ha atravesado el jardín. Los cinco están delante de la puerta de su casa. Llaman al timbre. Nadie les abre.
Iria no entiende nada. Quieta y apesadumbrada espera la orden para marchar.
Los militares vuelven a accionar el timbre, siguen sin recibir respuesta. Entonces el comandante abre el maletín, acciona una tecla y aparece un nuevo holograma. Es la ficha vital de una mujer, Rebeca Rodius, la peregrina que buscan. En la ficha aparece el plano de la casa de Iria. Dentro, en la entrada comedor, casi detrás de la puerta que tienen delante, aparece su señal electromagnética. En ese instante, según la información que les proporcionaba el Sistema, Rebeca está en la casa.
—¡Rebeca Rodius! —grita Nelly en un tono más serio de lo habitual— ¡Abra!
Los militares armados se ponen en guardia y apuntan a la puerta de la entrada.
—¡Rebeca Rodius! —insiste Nelly Uno—, le aviso por última vez. ¡Abra!
El comandante gira su visera hacia uno de los policías armados. Los chivatos luminosos sobre los pabellones auriculares del casco empiezan a destellar intermitencias, como si de un sistema Morse luminoso se tratara. Un soldado asiente con una leve cabezada, mientras responde con otras intermitencias. Es una orden.
Iria contempla atónita lo que está aconteciendo en el portal de su casa. Solo puede obedecer a un error. Tiene su codo izquierdo apoyada en el alféizar de la ventana, no puede evitar volver a mirar el dorso de su mano. Su reloj vital sigue sin manifestarse. Iria piensa que se equivocan de lugar y persona. «Tendré que avisarles». Allí solo vive ella.
El policía advertido por el comandante asesta un golpe seco con su bota en el pomo. La puerta cede. El escuadrón se adentra con los fusiles dispuestos. No hay nadie.
Iria se sobresalta, queda muda.
El comandante vuelve a comprobar la información. Según el Sistema, justo en la entrada, estaba Rebeca Rodius. Los agentes empiezan a inquietarse. Uno de ellos apunta a través de la mira del fusil de asalto, mientras introduce la punta de su arma por detrás del mueble acristalado del recibidor. Si fuera una puerta falsa, allí debería estar Rebeca. El soldado echa una ojeada al comandante. Vuelven las intermitencias. Se aparta con sigilo y apunta al centro del mueble. Un fuerte disparo de ultrasonidos reduce el cristal en un amasijo de múltiples fragmentos. Unas plumas de colores empiezan a flotar por el aire. En el suelo aparecen desparramados los restos ensangrentados de un pájaro.
Iria tiembla, teme desmayarse.
En el reloj vital del maletín quedan veintitrés segundos y la numeración no para de descender. Rebeca sigue sin aparecer. El comandante observa la ficha vital otra vez. No hay duda, la señal GPS del microfilamento electromagnético de Rebeca está allí dentro, en la entrada. Pero no hay rastro del cuerpo.
El comandante acerca su mano a la frente de su casco, toca un punto de la visera. El cristal tintado en azul vira a rojo. Por visión infrarroja detecta el microfilamento en el suelo. Está en la anilla de una pata de lo que queda del gorrión. El reloj vital de la ficha de Rebeca marca cero, pero no han hallado a nadie. En la ficha de Rebeca siguen los números en la cuenta atrás, en negativo. De repente, unas grandes letras intermitentes en vivo carmín marcaban: CÓDIGO ROJO.
Es el código que solamente se marca en los casos de situaciones graves. No encontrar un humano, cuando su cuenta del reloj vital ha marcado cero, es una situación muy delicada. A ese escuadrón nunca le había sucedido nada igual. El comandante sabe que debe dar cuenta a la Sede Central y avisar a su superior. Furioso, coge la garra del animal con la anilla. Acciona unas teclas del maletín. Se cierra la ficha vital de Rebeca y Nelly Uno desaparece. Pliega la valija. El escuadrón sale de allí rápidamente. Nadie dice nada a Iria.
Iria los ve partir. No deja de observar el desagradable vehículo ovalado hasta que lo pierde de vista. Empieza a notar que le falta el aire. Quiere chillar, a duras penas unos sonidos guturales se desprenden de su garganta. Se acerca a la mecedora. Apenas puede sostenerse. Se desploma sobre la tela del balancín. Mira al cielo con la vista perdida en el infinito.
—¡Baruch!
Suspira profundo, mientras se le nublaba la vista.
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