11. SEDE CENTRAL. RESERVA 257

 

Este envío tiene más bytes que los otros. Espero tanto como deseo que pase el maldito filtro de los ciberoteadores.

No me extiendo más…

 

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Se abre otra puerta. Entra en la sala donde está el general. El resto del escuadrón le espera fuera. 



El general Hawkgray está sentado en su escritorio. Detrás de él flota un gran panel transparente de Manakor. Luces con diferentes colores marcan los lugares de las misiones de Escuadrones de la Ida del Humo. A un lado de su mesa yace un plano holográfico del sur del condado, la villa de Port Kolumbus. Allí hay un destello en rojo intenso. Se ha activado un CODIGO ROJO. Al otro lado del general, a su derecha, cuelga suspendida una pantalla en forma de holograma. Es la ficha vital de Rebeca Rodius expuesta. En una esquina del despacho dos asistentes y el comandante Flinker analizan en diferentes paneles los últimos movimientos de Rebeca Rodius.

—Es el primer CÓDIGO ROJO del que tengo conocimiento. 

El general Hawkgray lo dice sin saludar al comandante Eagle.

El general sabe que por reglamento debe confirmar a la Sede Principal la existencia del CÓDIGO ROJO. El Sistema es muy sensible, a veces saltan las alarmas, y hace necesaria la confirmación. En caso contrario se considerará, por defecto, un error o una falsa alarma.

El general aún no ha hecho la gestión. Esa novedad le entusiasma. Bien administrado, tal vez pueda llevarse un mérito. Hawkgray se cree muy capaz de solventar su primer CÓDIGO ROJO. «No necesito a nadie».

—Tengo esto —Eagle le acerca la mano abierta.

El general se fija en la palma del comandante. Lleva una pata de un pájaro con una pequeña anilla. Levanta la mirada.

—¿Esto? —Rabioso—. ¡¿Qué coño es esta maldita pata de pájaro, comandante Eagle?!

Eagle traga saliva.

—Debajo de la anilla se detecta el microfilamento de Rebeca Rodius. 

Las pupilas del general se dilatan. Coge la extremidad con la arandela y la posa sobre su mesa. Se acerca la lampara-lupa articulada de su escritorio. Toca el cristal transparente y se trasmuda a un color rojo vinoso. A través del vidrio colorado puede observar una luminosidad fluorescente en color verde intermitente. Tiene la forma de un pequeño lazo arrollado a la extremidad. Es el microfilamento adherido a la parte interna de la anilla. A través de la pantalla puede ver la misma señal luminosa de detección de microfilamento que detectan todos los dispositivos y robots del Sistema. La misma señal que siempre se detecta en la testuz de los humanos. Con la lupa también se puede apreciar otra señal intermitente, en rojo, adherida a la luz verdosa. Es un pequeño recuadro. En el diminuto marco se ve el número PIN de Rebeca Rodius y su reloj vital. El reloj está descendiendo en una cuenta negativa de segundos en color rojo, de igual color que el PIN. Esa situación es impensable. La señal del recuadro sigue viva, se ve en el color habitual, tal y como luce en cualquier humano vivo. Si se tratase del microfilamento de un difunto, la señal de la cuenta atrás se debería haber parado y el PIN aparecer en el pequeño encuadre, aunque ambas señales desdobladas en azul y en un rojo. Todo eso junto con la señal en verde fluorescente con intermitencias del microfilamento que solo desaparece con la incineración del metal. Eso es lo que estipulaba el Sistema.

Con unas diminutas pinzas intenta pescar el microfilamento de la extremidad. El metal electromagnético centellea en una envoltura. Como si se tratase de una cirugía microscópica con unas tenacillas finas separa la pata de la arandela. El microfilamento está muy adherido a la piel, enrollado a la extremidad como si fuera un sarmiento. La argolla lo protege manteniéndolo sujeto. Una vez diseccionado el microfilamento puede observar con detenimiento con la lupa. Parece que algo rodea, como si la la aleación que emite ondas electromagnéticas estuviera enfundada. Rompe la vaina por uno de sus extremos. Un líquido amarillo se escapa llevándose el pelo metálico. Confirma sus sospechas. El microfilamento estaba envuelto en un estuche transparente que lo contenía flotando en un extraño fluido.

El general nunca había observado un microfilamento. Le parece una obra de ingeniería fantástica. El líquido vertido se va evaporando. De golpe, el cronómetro se para y que da en -0.000.001.980,00. Las cifras en color rojo y el PIN se desdoblan apareciendo la misma cifra y el número en azul. Levanta la vista al panel holográfico de su derecha. La ficha vital de Rebeca Rodius marca exactamente los mismos datos. En ese instante, para el Sistema, Rebeca Rodius está oficialmente muerta. La señal de detección del microfilamento sigue siendo intermitente y en verde fosforescente.

El general Hawkgray se sorprende con la duplicación. No entiende por qué ocurre eso allí y no en el momento en que se le debió extraer, de alguna manera, a la desaparecida Rebeca Rodius. Era como si el fluido amarillo evitara que se duplicase la señal. Le faltan conocimientos sobre el funcionamiento de los microfilamentos.

Lo deja encima de la mesa y lanza el resto del animal a una papelera. 

—¿Qué hace esto aquí? —dice en tono grave el general.

Aparta la lupa, mira al comandante.

—¿Dónde lo encontraron? 

Le señala al filamento. Eagle coge fuerzas para explicarse.

—Nos dirigimos a una casa del poblado de Port Kolumbus, el lugar en dónde el GPS situaba a Rebeca Rodius.

El general de cara redonda, cuello gordo y anchas espaldas escuchaba atento la explicación.

—Nadie contestaba —prosigue Eagle—. La señal era clara y se detectaba en esa casa. Ante la nula respuesta decidimos actuar. Entramos. Disparamos contra el mueble detrás del qué se detectaba a Rebeca Rodius. Se agotaba el tiempo en el reloj vital de la valija del peregrino.

El general sigue sin hablar, lo escudriña perforándole hasta los huesos con las pupilas. 

—Fue entonces cuando lo encontramos entre los restos de un pájaro destrizado por la incursión.

El comandante está totalmente pendiente de la cara del general, no le gusta. Prosigue su relato con ganas de ser conviencente. 

—En ella, como ha podido ver, se detecta la señal electromagnética intermitente de Rebeca. Seguramente ese pájaro entró en la casa. Llevaría colgando el microfilamento. Fuimos a ese lugar que era lo que nos indicaba el localizador GPS.

El general se recuesta sobre su sillón. Necesita acomodarse. En esa postura, su prominente barriga le queda más holgada.

—¡¿Desde cuándo Rebeca Rodius está sin localizar?! —grita el general.

Hawkgray mira el microfilamento electromagnético. Debería estar en el cráneo de Rebeca Rodius, permanecer incrustado allí, y no suelto en su mesa. El jefe del escuadrón Ida del Humo no sabe nada. Calla con cara de asombro. La general gira su butaca a su izquierda.

—¡Asistente Noel! ¿Dónde ha estado los últimos días Rebeca Rodius? 

Los asistentes y el comandante Flinker se cuadran firmes, uno al lado del otro. Noel empieza a hablar, con la espalda totalmente erguida. 

—General Hawkgray, hemos podido detectar los movimientos de las últimas cuarenta y ocho horas del reloj vital de Rebeca Rodius.

—¿Y? —inquiere el general.

—Rebeca ha tenido un movimiento caótico por Port Kolumbus —lo dice muy seguro—. Ha estado moviéndose mucho. A ratos muy rápido, en otros estuvo quieta al lado de alguna carretera o en medio de unos matorrales. Incluso llegó a cruzar la bahía del puerto natural, al sur de la Isla de Majorka, a gran velocidad. Pasó las noches en el bosque cerca del faro de la bahía del puerto...

La cara del general arde iracunda.

—¡Es evidente que me está explicando los movimientos del maldito pájaro! 

La voz fuerte del general intimida a todos los presentes.

—¡¿En qué momento?! —pregunta voceando cada vez más intenso— ¡¿Cuándo creen que dejó de estar el filamento electromagnético en el cráneo de Rebeca Rodius?!

Ninguno de los asistentes contesta, se miran de reojo, inquietos. 

—¡Contesten! —insiste el general con el mismo tono.

Espera ansioso, los segundos se hacen eternos.

—No lo podemos saber —finalmente, contesta el asistente Noel.

El general Hawkgray sonríe, mientras gruñe con sorna.

—Claro que no lo saben —contesta más pausado.

Todos saben que esa voz calmada, de forma repentina, precede a algo peor. Tragan saliva sin disimulo y al unísono.

—¡Está claro!¡No lo podemos saber!

Retumba en la sala. El general acaba con un puñetazo en la mesa. Se gira al comandante Eagle.

—¡¿Comandante, sabe por qué no lo podemos saber?!

—¡Sí! —contesta Eagle serio, con un hilo de voz.

Tiene que hacer una breve pausa, antes de proseguir.

—El Sistema no pu... 

Lo intenta explicar, pero el general le interrumpe.

—¡El Sistema sin un mandato específico sólo memoriza las últimas cuarenta y ocho horas!¡Cuarenta y ocho malditas horas! Comandante Eagle.

Todos quedan en silencio. De repente, uno de los presentes, el comandante Flinker, rompe la angustiosa calma.

—General —dice Flinker— hay algo que no cuadra.

Los ojos del general Hawkgray emergen de sus órbitas. Flicker no se atreve a mirarlo. 

—¿Cómo? —dice intrigado, Hawkgray—. ¿A qué se refiere comandante Flinker?

El comandante siente como si le estuviera perdonando la vida.

—General, un microfilamento que permaneciese fuera del cráneo de Rebeca Rodius, el Sistema debería haberlo detectado como si estuviera muerto.

—¡Explíquese! 

—Un microfilamento sin una presión de oxígeno determinada —prosigue Flinker—, como la que hay en un tejido del organismo de un humano, y a menos de veinte grados de temperatura, envía una señal al Sistema. Entonces el PIN y el reloj vital se dividen en dos. La nueva señal en azul debe seguir corriendo su cuenta atrás hasta que llegue a gastar todos los más de dos mil millones de segundos de sesenta y cinco años de vida que aún le restan. La otra señal queda parada, en rojo, en el preciso instante en que se queda sin oxígeno. Esto marca el momento del deceso del humano, que ya no podrá llegar a su Ida del Humo prefijada. Normalmente, en los lectores del Sistema, las cifras de los segundos de los relojes vitales de fallecidos se ven desdoblados, un dispar desdoble de cifras solo sucede cuando algún humano ha fallecido, digamos —hace una pequeña pausa—por causas naturales antes de los sesenta y cinco años.

—¿Un microfilamento hallado fuera de un cuerpo debería tener la cifra de los segundos desdoblada? ——pregunta Hawkgray, incrédulo. Su intriga se acrecienta por momentos. 

—Teóricamente, sí —afirma Flinker.

—¿Es posible que un microfilamento fuera de un humano no se desdoble? —pregunta.

—No —dice Flinker—, eso es imposible. La temperatura y la presión de oxígeno no sería la de un capilar de un tejido humano vivo y tendría que desdoblarse —repite.

—¿Comandante Eagle, cómo les aparecía la señal en el localizador? —El general ya sabe la respuesta.

Eagle no entiende la pregunta, porqué la respuesta es demasiado obvia.

—General, no lo estaba. La señal del microfilamento intermitente aparecía en un color verde fluorescente, mientras que las letras y números aparecían solo en el color rojo de siempre.

—¿Cómo es posible eso —le traslada su duda—, asistente Flinker?

—No lo sé. Eso es lo que quería decirle. No me cuadra.

El general vuelve a acercarse la lupa y la sitúa encima del microfilamento.

—Miren la lupa. 

El general señala a Flinker y a Eagle. Se acercan al visor. Primero lo hace el comandante Eagle, rápido, y luego Flinker, que se queda observando.

—¡Pero si ahora está desdoblada! —dice Eagle.

—Exacto —contesta el general Hawkgray—. Acabo de extraer el filamento de un micro estuche y al rato se han duplicado el segundero y el PIN. La luz de la señal del microfilamento sigue en verde con las intermitencias, y hay dos tipos de letras y números, las mismas en rojo y en azul.

Flinker no aparta la vista de la lupa

—General, hay unas pequeñas gotas de un fluido amarillo. 

—Es el líquido que salió de la funda con el filamento —responde el general.

—Apenas hay unas gotitas... —musita Flinker.

—Se evaporó muy rápido.

Flinker aparta los ojos de la lupa. No disimula su intriga.

—Esto es muy extraño, general Hawkgray.

El general asiente.

—General —afirma, taxativo, Flinker—, yo creo que alguien manipuló el microfilamento.

—Comandante —pregunta Hawkgray—, ¿cómo es posible?

—No lo sé.

—Comandante —prosigue Hawkgray— ¿Cree que a Rebeca Rodius se le extrajo el microfilamento y luego se manipuló con ese fluido amarillo?

—Es una teoría interesante —dice Flinker, muy seguro—. Pero no conozco ningún fluido capaz de eso.

—¿Y si existiera? ¿Estaría Rebeca Rodius viva o muerta? 

—General, sobrevivir a la extracción del microfilamento es prácticamente imposible —sentencia Flinker.

—Comandante Flinker —dice el general muy serio—, espero que no se equivoque.


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