13. ENOJO. RESERVA 257

 

Os habla Alex Nero, me han comunicado que alguien está intentando suplantarme plagiando estos ciber envíos.  A parte de ser una actitud de primitivo hacker, mi enlace con el pasado se preocupó para qué todo esté bajo el corsé legal de vuestra época. Me advirtieron del tiempo y las energías gastadas por los pobladores del siglo XXI en complicarse la existencia. En el fondo resulta divertido, perdidos también en estas cosas no reparasteis en el futuro que llegará. 

Sigo, hoy en mi reserva amaneció muy soleado. Llevamos varias jornadas sin que hayan desactivado la cúpula del filtro de protección. Todo está muy tranquilo. Os envío una nueva entrega.

 

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El general Hawkgray sabe que la situación es muy grave. Gestionar un CÓDIGO ROJO implica una declaración obligatoria y la comunicación a la Sede Principal del Sistema.


Hawkgray quiere atar todos los cabos antes de dar el aviso. La soberbia le llevó a demorar la notificación en el primer instante. Ahora vive con el temor más absoluto. No digiere su imprudencia. Al no haber detectado antes un hecho de ese calibre pone en jaque toda su carrera. El microfilamento de Rebeca Rodius pululó por Port Kolumbus en la pata de un pájaro, como mínimo, durante más de dos días. Nadie lo advirtió. Sucedió en su jurisdicción de Manakor, en Port Kolumbus. Necesita argüir una buena coartada y hacerlo rápido. En horas ha de recopilar todos los datos.

El comandante Eagle desconoce qué ha pasado. Sigue desconcertado, prefiere creer que solo es una limitación del Sistema lo que se ha puesto en evidencia. Es del todo imposible saber qué ha hecho Reberca Rodius cuarenta y ocho horas antes. Ha escapado al control del Sistema y nada se sabe de su paradero.

—Asistentes, necesito toda la información que poseamos de la peregrina —dice el general Hawkgray—. Dónde vivía, familia, trabajo, aficiones, amistades. ¡Todo! Absolutamente todo lo que acontece con Rebeca Rodius.

Se le apaga la voz mientras habla, su tono grave se ha vuelto pausado. Mientras se frota la mano izquierda por su generosa calva. Suda. Se levanta de su sillón sin gritar. Entonces todos los presentes se cuadran. Sobre la mesa está su casco. Lo recoge y se lo coloca bajo el brazo derecho. Observa la lupa de mesa y vuelve a situarla por encima del filamento. A través del cristal oscuro se percibe la fluorescencia inconfundible.

—Recojan el microfilamento. Déjenlo custodiado en la caja de seguridad.

Mira quieto la salida del despacho. Parece que le falta energía para salir. Empieza a caminar. A un metro de la puerta se para, ni gira el rostro.

—¡Comandante Eagle!¡Sígame!

—Sí, general.

El general posa un dedo índice sobre el lector de seguridad. La voz de Nelly no se hace presente. Se abre la puerta y cruzan el umbral. Detrás, Eagle le sigue en silencio. El escuadrón los esperaba. Los tres soldados al verlos hacen el saludo militar y, inmediatamente, desfilan por detrás.

—Dígame comandante, ¿quién presenció la Ida del Humo fallida?

—El escuadrón Siete Sur... —Eagle hace una pausa— Majorkaburg.

Al general no le pasa desapercibida el lapso de silencio.

—¿Alguien más? 

Eagle tarda en dar la respuesta.

—Sí, una señora que estaba en el porche de la vivienda.

—¿Cómo? —Para la marcha.

Se detienen todos, al unísono. Hawkgray mira al comandante Eagle. Más que una respuesta, espera una explicación razonable. Eagle lo sabe, tampoco puede controlar un repentino temblor de manos.

—Nos dirigimos a la casa que marcaba el localizador. Había una mujer en el porche, no nos dijo nada, permaneció en silencio todo el rato.

El general no lo entiende. Antes no ha mencionada nada de la captura de testigos. «Eagle, que torpe eres». Tiene que mirar al suelo, su cara bulle por momentos.

—Una vez sabido que Rebeca no estaba allí —insiste el general, sin levantar el rostro— ¿Qué hicieron con la testigo?

—Mi general, nos fuimos.

Eagle utiliza el adjetivo posesivo que el tanto odia Hawkgray. Cuando se percata, cierra los ojos. Solo entonces se percata de su imprudencia al no haber hecho nada con la testigo. Ni piensa la respuesta.

—Esa señora parecía muda.

—¡Comandante, no me llame con el término Mi! 

Grita, otra vez, y el tono de su voz retumbaba en el pasillo. Gira todo su cuerpo hacia él, quedan rozándose los pectorales.

—Esa señora se espantó por su presencia.

El general lo agarra por la camisa y se lo acerca. Eagle traga saliva mientras nota el mal aliento del general. 

—¡Comandante, le recuerdo que pertenece al Escuadrón Ida del Humo! ¡Su misión es recoger peregrinos! Su aparición no tiene por qué ser grata. 

Lo mira con desdén.

—¡Claro que la dejaron muda, pero no ciega!

Eagle está apesadumbrado, no para de parpadear sin querer. Le está explicando lo evidente. Siente una profunda humillación, con muy malos modales y ante todo el mundo.

El general acaba de saber que el CÓDIGO ROJO tiene testigos.

—¿Qué trajo de esa casa?

—El microfilamento —se apresura a contestar Eagle, atragantándose. Disimula, y los ojos le lloran.

—Se equivoca otra vez, comandante ¡No trajeron nada! 

El general Hawkgray lo suelta empujándolo contra una de las paredes.

—Comandante ¿qué buscaban en ese lugar?

Eagle tiene que toser varias veces antes de poder responder.

—A Rebeca Rodius.

—Y allí solo hallaron un filamento electromagnético. ¿No era una vivienda?

Eagle no contesta.

—¿Quién la habitaba? 

El comandante permanece en silencio, concentrado en respirar, solo desea que acabe el interrogatorio.

—¡Comandante Eagle! —amenazante—, en menos de una hora quiero en mi despacho un informe completo de todos los testigos de la operación abortada.

El general se vuelve hacia la salida.

—Luego veremos qué plan elaboro.

El general prosigue la marcha. Eagle queda mudo y le sigue caminando por detrás como un autómata. El general se vuelve a parar, desafiante, vuelve su cara a Eagle.

—¡Buenos días!¡Comandante Eagle!

Eagle nota el hielo. Se cuadra. El resto del escuadrón le imita.

—Buenos días, Mi General —rectifica—. General.

Todos permanecen quietos. El general Hawkgray prosigue por el pasillo.

 

 

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