23. LUZ APAGADA. RESERVA 257
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Los párpados de Iria empiezan a flaquear. Nota el peso del sueño y decide dejar la lectura. Se levanta del sofá, pliega la manta y la guarda en un viejo arcón.
Se arrima al hogar. Coge el hurgón de forja para separar las brasas de la rejilla. Cierra la compuerta de la mampara acristalada del frontal y queda el hueco de la chimenea clausurado.
Con su mano hace un ademán circular frente al lector de la repisa. Es un gesto casi inconsciente, mil veces repetido en las noches de invierno. El dispositivo empieza a centellear.
—¡Filtro! —dice en alto y claro.
De forma automática un suave ruido, casi impredecible, se acciona en las entrañas del alcabor. El filtro ecológico empieza a limpiar las entrañas de la estufa.
Adecenta los cojines del sofá, coloca bien los cobertores de su sofá. Recoge su tableta lectora y se acerca a la ventana. Ajusta las cortinas. Le gusta hacerlo de manera manual. Comprueba que la sala está en orden y la abandona.
Sube las escaleras agarrada de la barandilla, mientras la luz del comedor se apaga sola.
En su habitación, mientras se mete en la casa, sonríe. «Me hace tanta ilusión empezar a pintar el porche que no sé si podré dormir», piensa. Tendrá que preparar comida para Eloy. Decide que guisará pavo. «Así adelanto el fin de año», lo piensa sorprendida de qué su último fin de año no será el del año pasado con su triste soledad. Tras una breve pausa mental, en la que se coloca bien las sábana y se queda mirando a la ventana. «Mejor una fiesta de fin de año adelantada y con grato recuerdo», piensa alegre. Al poco da la orden.
—¡Luz apagada! —grita.
Se hace la oscuridad. Se acomoda en la cama, se cubre su cabeza con la funda, amolda la nuca a su vieja almohada. Cierra los ojos entusiasmada en el día siguiente.
La noche es muy oscura. Luna nueva y nada entra por las persianas. El silencio es muy denso.
—Gracias Baruch.
Suena muy alto. Iria esta segura que su querido esposo, esté donde esté, lo habrá escuchado.
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