25. LA MADRIGUERA. RESERVA 257

 

Hola. No me tengáis muy en cuenta estos mis silencios. Es tan perverso mi momento en la Reserva 11 que ni puedo dar pistas. Solo se puede entender con cierto conocimiento de que son las tripas de este maldito Mundo Reserva. Necesito que afiancéis más historias de esta distopia global y así, tal vez, tengáis estómago para digerirlo.

Siento ser tan parco en palabras…


Alex Nero

 

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Rebeca está enfundada en un mono negro de invierno. Cubre su torso con una cazadora mullida forrada de lana y llevaba guantes de piel ajustados. En la cueva hace frío. Está sentada en una roca después del relieve de una curva de la gruta. Desde el fondo no ve la boca de la entrada y allí, más refugiada, puede encender una hoguera. 

La primera conversación que ha tenido con su hijo Eloy ha finalizado abruptamente. No ha sido de su agrado que Flippo acabase sus días en el portal de Iria Green. Es una vieja conocida y ese accidente le ocasionará problemas. Ambas son de la misma quinta. Sabe que pronto será su Ida del Humo. No es buen momento para provocarle preocupaciones.

El Sistema no perdona. A los más ancianos con problemas legales se les aplica la Justicia Breve. Es una manera peculiar de juzgar a los que les queda poco tiempo para la Ida del Humo. El objetivo de hacerlo es garantizar el cumplimento de condena. Son juicios muy rápidos y con sentencias tan ejemplarizantes como disuasorias. Una advertencia cara a futuros peregrinos que ante la proximidad de su Ida del Humo pudiesen estar tentados en dar rienda suelta a algún arrebato justiciero. La ganancia que pudiera ofrecer la caducidad vital obligada por el Sistema, frente a unas sentencias de difícil cumplimiento, no sería nada despreciable. La imposibilidad de conclusión de una pena podría ser tentador e inducir a rebeldías en el crepúsculo de la vida. Para evitar esas tentaciones se aplica una justicia de forma más rápida y con condenas definitivas. No es extraño el adelanto de la Ida del Humo unos años, meses o días como efecto disuasorio, incluso un delito menor puede tener un final inesperado.

Rebeca no quiere que Iria tenga injustas represalias. Piensa que Eloy no ha calculado bien las consecuencias de saltarse el plan acordado. Eloy siempre ha sido un espíritu muy libre. Rebeca necesita volver a hablar con él para intentar proteger a Iria. Esperará a que le vuelva a dar alguna señal y proseguir con la discusión. 

Ha sido la primera y única conversación del día. Lleva muchas horas sin hablar con nadie. Los largos silencios son lo más duro de su confinamiento. Sólo ha de aguantar unos cuantos días más y empezará una vida de verdad.

Acaba de encender fuego. Es muy pobre, pero lo suficiente para dar lumbre y un poco de calor. Escasea la leña. 

Decide evadirse. Piensa en cómo será su primera mañana en libertad. No estar bajo el yugo del maldito Sistema le ilusiona. Poder pasear sola, con una soledad que sea real y palpable, no la potencial y acostumbrada dada por el Sistema. Estar lejos del falso aislamiento de quien se sabe acompañado por un localizador incrustado en el cráneo a perpetuidad. Odia la ausencia de libertad. No poder viajar sin el permiso de la autoridad. El Sistema puede hallar a cualquier humano en el rincón más recóndito y a tiempo real. A Rebeca le ilusiona imaginar una simple excursión por un camino perdido, lejos de todo y de todos, acompañado solo de sí misma y sus pensamientos. 

Está absorta en su paseo imaginario cuando unos destellos aparecen en la cueva. Unos fulgores que se dibujan entre los recovecos y las convexidades de las paredes calcáreas. La combustión del fuego también se refleja y las luces se confunden entre las estalactitas. Tarda un rato en percatarse que los destellos vienen del exterior. Se acuerda de Eloy. «Tal vez esté intentando avisarme». Aunque no son las horas previstas para comunicarse. 

Coge la potente linterna de su equipaje. Se dirige hacia el otro lado de la cueva dónde puede vislumbrar la costa. La coloca sobre una estalagmita. Apunta hacía las casas que tiene en frente de la boca de su guarida, al otro lado de la bocana del puerto de Port Kolumbus. En el perfil urbano que tiene delante, a la izquierda de un pequeño hotel, hay un edificio de tres pisos. Es la vivienda de Eloy. Rebeca vislumbra el lugar de donde proceden los destellos irregulares. Justo es el punto desde el cual se ha comunicado con su hijo. Le extraña que las señas que emite no sean entendibles. «No es morse», piensa. Solo Eloy conoce el refugio. Piensa que a lo mejor le ha sucedido algo y sólo puede emitir esas ráfagas. «Igual le obligan a dar señas». Empieza a preocuparse. «Le han tendido una trampa para que me delate». Rebeca es un volcán de dudas. Desiste del pensamiento. Le angustia demasiado. Si hubieran sospechado de la cueva ya estaría detenida. Siente rabia por tener que dudar sin poder aclararlo. Que fácil sería poder hablar con su hijo con un simple inalámbrico o con un traductor de pensamiento. Pero en el plan de fuga la electrónica está descartada. Es insegura. El Sistema puede localizar cualquier conversación en cualquier lugar del planeta. Quedaban los antiguos sistemas de radio. Sólo a través de redes de área local y a frecuencias muy bajas se podrían utilizar con algo más de seguridad. Aunque también pueden ser intervenidas. El morse luminoso es el único método totalmente seguro. Aunque, ahora empieza a dudarlo. 

La soledad es como un soliloquio redundante. Una obsesión en forma de incertidumbre que no para de reverberar en su mente. Por eso es incapaz de hallar la mejor respuesta a sus dudas.

—¡Ostras! ¡¿Qué hago?! —grita.

—Ostras. ¿Qué hago? Ostras. ¿Qué hago? —Contesta el eco de la cueva.

—¡Mierda! —grita.

—Mierda. Mierda. Mierda —le devuelve su madriguera. 

Su cuerpo le pide chillar, lanzar algo contra las paredes para silenciarlas, pero su mente le pide calma. Su cara tiembla de rabia, mientras se muerde con fuerza las mandíbulas. Teme hacer algo incorrecto tras el cambio de planes. Le abruman las prisas por conocer el paradero de Eloy. Mira las luces de las casas en el horizonte, busca una respuesta, una señal que aplaque su sed de certeza. 

De repente, un haz potente cruza por delante de la fachada. La casa de Eloy se ilumina de manera rápida. Al poco vuelve a hacerlo. Es el reflejo del faro de la bocana de Port Kolumbus que barre el perfil de la ciudad. Una luz inútil con el GPS de última generación, pero que el Sistema reimplantó en un arrebato romántico. 

Rebeca observa la cadencia del faro. Se le ocurre la idea de aprovechar el efecto para enviar una señal. Solo un chispazo luminoso con su linterna al unísono y que se diluya con el haz del faro. Eso será más discreto que hacer una señal desacompasada en medio de la oscuridad.

El comandante Flinker desde el balcón del tercer piso de la casa de Eloy Rodius enfoca la linterna que ha encontrado al jardín de la finca de pisos, luego hacia el mar. 

 

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