26. ASPAS DEL VENTILADOR. RESERVA 257
Hoy en la Reserva 11 hace mucho frío. No sé si estaré enfermo.
Encontré una red de cableado en una casa abandonada. Es por donde os he enviado mis últimas descargas. Es una zona llena de basura. Igual me infecté con algo…
Envío nueva entrega
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En el umbral del balcón aparece el policía que vigilaba a Eloy en el comedor. Mira al comandante. Los chivatos de sus cascos vuelven a centellear.
—¡¿Cómo?! —grita Flinker— ¡Entra, rápido! —grita mirando a Eloy.
Le obedece sin rechistar. Pasa por delante del comandante que le sigue. El otro policía que inspeccionaba la terraza es el último en entrar. En seguida ve los motivos de las prisas. Eloy se alegra. Aunque no puede, ni debe, mostrar ningún atisbo de entusiasmo.
—¡No! —grita Eloy simulando desespero.
Se abalanza sobre los PetaBlocks humeantes. Están cortocircuitados. Coge uno. Le gotea a la vez que emana vapor tiznado. Nada podrá salvar las memorias digitales de la combustión. Nota una descarga eléctrica. Suelta el PetaBlocks que cae al suelo.
El gesto brusco pone a los policías en guardia.
—¡No se mueva!
Le apuntan los fusiles y vuelve a levantar los brazos, girando el rostro hacia Flinker.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Flinker que no entiende lo que ha sucedido con los PetaBlocks.
Por detrás de Flinker se ve el haz de luz del faro con su cadencia fija. Eloy lo observa. Mirar a fuera le tranquiliza. De repente, en medio de la negrura de las rocas se ven unos destellos. Las señales luminosas lo hacen al unísono con el paso del foco. El rostro de Eloy se transmuta. «No, mamá, ahora no», piensa mientras empalidece. Teme el final de todo.
—¡Has sido tu! —le vocifera Flinker.
Los policías no bajan los cañones y esperaban la orden para detonar sus fusiles.
—¡Comandante, se han quemado!
Los ojos le empiezan a brillar. No le cuesta mucho esfuerzo. Su madre que no para de emitir señales.
—Era la información de toda la vida de mi padre —añade con la voz rota—, mi madre, mi familia.
Eloy piensa en su madre, en todo lo que se puede perder si les capturan. Se siente culpable y torpe. Le ha fallado al no seguir el plan. Las lágrimas le brotan.
Flinker queda desconcertado con la reacción de Eloy. La posible pérdida de información de los Petablocks es grave para la investigación. Pero parece que al sospechoso le duelan más que a él. Sobre la mesa aún están los restos del charco de agua. Flinker aparta la tableta lectora de Eloy a un lado seco de la mesa. Coge el único bloque hexaédrico de aluminio que parece intacto. Es una prueba y lo lanza a uno de los policías. Hace lo mismo con los dos que quedan. Echan un vapor pestilente y no emiten chispas. El militar lleva guantes y los coge al vuelo.
—¿Cómo se han activado? —se pregunta en voz alta y sin disimular su enfado.
Flinker mira el vaso caído. Lo coge y lo deja en pie. El policía que ha acompañado a Eloy a la cocina vuelve a comunicarse con el comandante. Las luces de sus cascos les delataban.
—¿Entonces sustrajo el vaso?
Flinker responde con voz a las intermitencias luminosas, parece no se percate, como si hablase solo.
Eloy está muy pendiente de la conversación. Intenta comprender la charla a medias con lo poco que escucha del monólogo de Flinker. Eloy permanece callado sin cambiar su cara de apenado. Es tal el enfado del comandante que el soldado no se atreve a decirle que las respuestas las emite a viva voz.
—Qué torpeza —dice Flinker.
Eloy también está atento a la entrada de la bahía de Port Kolumbus.
—Y lo debió tirar —sentencia Flinker.
Eloy deduce que el soldado le está explicando el incidente con el vaso. Flinker asiente, parece convencido con lo que escucha. Eloy vislumbra un hilo de esperanza, aunque su madre no para de enviar señales.
Flinker levanta el rostro hacia Eloy.
—¿Se accionan todas las tomas eléctricas inalámbricas a la vez? —le pregunta.
Eloy no le responde absorto en la entrada a Port Kolumbus. No sabe si los militares siguen hablando.
Flinker se le abalanza y le agarra del cuello del jersey.
—¡Conteste!
—Sí, sí, sí —Eloy responde asustado y dando cabezaditas.
—¡Mierda! —Flinker está exasperado —¡Desactívela! —le vuelve a gritar sin soltarlo.
—Jack, apaga —dice Eloy con un tono tan afónico como ineficaz—. ¡Jack, apaga! —repite, esta vez más claro y alto.
Los detectores de voz son muy sensibles a las tonalidades y timbres de voz. Solo obedecen a sus amos. Las aspas del ventilador del techo se paran y se apagan las luces de la casa. Tras unos segundos se vuelven a encender las lámparas, pero sólo en la de estancia por donde hay movimiento.
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